[English Translation and French Translation are attached below]
LAS HIJAS DE LA TIERRA PARA UN CLIMA DE CAMBIOS
Tarcila Rivera Zea
Presidenta CHIRAPAQ Centro de Culturas Indígenas del Perú
Experta independiente del Foro Internacional para la Cuestiones Indígenas de la ONU
La Tierra es nuestra madre y el clima la expresión de sus sentimientos.
Cada vez es más evidente para el mundo la profunda interrelación entre lo que le sucede a la Tierra y su efecto en el clima. La relación causa efecto es un postulado científico, pero también espiritual, más aún para los pueblos indígenas.
Para los pueblos indígenas, esta profunda y estrecha relación nos ha señalado una responsabilidad primigenia: la de cuidar a la madre Tierra. Su personificación y comportamiento es visto como una alegoría por las culturas ajenas a la cosmovisión indígena, en cambio para nosotras este “sentir” de la Tierra es vida que se expresa en nuestro entorno material y espiritual.
Este reconocimiento es más evidente para las mujeres indígenas en el sentido de dar vida, de cultivarla, de criarla, de ahí que exista correspondencia simbólica entre los frutos de la Tierra y los frutos de nuestros vientres.
Es en ese sentido que el cambio climático nos afecta profundamente a los pueblos indígenas y a las mujeres indígenas en particular y es a partir de esta evidencia que las mujeres indígenas hacemos incidencia en las políticas del clima y luchando por el reconocimiento de la naturaleza holística del problema: lo que hagamos en la Tierra se expresará también en los cielos.
El cambio climático demanda la responsabilidad de la humanidad por las profundas transformaciones realizadas en la Tierra. Los trastornos en los ciclos climáticos es el resultado de una abrumadora tecnificación que no ha contemplado los derechos de nadie: ni de la Tierra, ni de los seres que la habitan, ni de los seres humanos, y dentro de estos últimos específicamente el de las mujeres.
Los esfuerzos de las mujeres indígenas parten de un problema inmediato: la carencia de alimentos y la escasez de agua, de no poder leer con certeza las señas climáticas y que todo esto se convierte en una pesada carga cotidiana, expresada en largas jornadas para conseguir agua y de ver convertido nuestros cultivos en magros despojos.
Con estas vivencias y urgencias, nuestras propuestas en las políticas para el clima se han centrado en el reconocimiento de los responsables y la participación de los afectados, de ahí la necesidad de una mayor participación de las mujeres indígenas dentro del diseño y la gestión de las iniciativas orientadas a la mitigación y adaptación a los efectos del cambio climático.
Nuestra participación como mujeres indígenas surge de la vivencia diaria y la evidencia ancestral: somos quienes articulamos social, económica y culturalmente a nuestros pueblos, es por esta razón que cualquier iniciativa requiere de nuestra participación. De igual forma cualquier iniciativa referida al cambio climático no puede prescindir de los pueblos indígenas debido a que en nuestros territorios se encuentran los ecosistemas que aún mantienen en precario equilibrio a nuestro planeta ¿qué sucedería si los pueblos indígenas modificáramos nuestros sistemas productivos?
Sin embargo esta transformación no viene desde dentro sino desde fuera a través de las industrias extractivas, trastornando nuestras vidas, siendo un cambio en consonancia con la tecnología pero no con la vida de nuestras sociedades.
¿Cómo denominar a esta participación de las mujeres indígenas? Nosotras la asumimos como una lucha por la vida, desde la vida de nuestros pueblos. En este sentido si resumiéramos nuestros aportes dentro de las políticas sobre el clima nos centraríamos en dos propuestas: la necesidad de participación de todos los involucrados y el reconocimiento de los aportes indígenas al manejo responsable de la naturaleza.
Este “manejo responsable” no surge de una política de beneficios sociales, sino de la práctica ancestral de tomar solo lo necesario para vivir. A la luz de la tecnología esto podría resultar en un sinsentido ¿Cómo lograr el progreso sin desarrollar la tecnología? Es este dilema al cual se enfrenta la humanidad, de ahí que las sociedades que buscan su cuota de poder dentro de la política internacional no renuncien a la tecnología y le estén dando la espalda a la vida, con atmósferas irrespirables, ciudades en penumbra y ríos en donde la vida no la recorrerá en cientos de años.
Como mujeres indígenas hemos tendido puentes en todas las direcciones, dentro del movimiento indígena para el ejercicio del poder compartido y responsable, hacia el feminismo para diversificar las miradas de las mujeres y hacia la comunidad internacional para que la sociedad no sea asumida como un ente pasivo.
El camino es largo y los intereses en juego rebasan nuestras capacidades de doblegarlos, sin embargo desde nuestras localidades las mujeres indígenas venimos asumiendo la responsabilidad de mantener nuestra cultura, vigilar el avance de las industrias y señalarles sus responsabilidades, nuestro objetivo es la de fortalecer nuestros sistemas de vida y de producción y de compartir nuestra visión de un mundo interrelacionado, como lo tuvieron todas las sociedades antes de comenzar su marcha hacia la conquista de la naturaleza, que ahora viene demostrando que ha sido la depredación del ciclo de la vida.
English Version (Translated by: Allison Petrozziello)
DAUGHTERS OF THE EARTH FOR A CLIMATE OF CHANGE
Tarcila Rivera Zea
President of CHIRAPAQ Centre for Indigenous People’s Cultures of Peru
Independent Expert of the UN Permanent Forum on Indigenous Issues
The Earth is our mother and the climate an expression of her emotions.
The profound relationship between what happens to the Earth and its effects on the climate are becoming more apparent to the world. The cause-effect relationship is a scientific hypothesis and also a spiritual one, especially for indigenous peoples.
For indigenous peoples, this profound and close relationship points to our original responsibility: caring for mother Earth. Her personification and behaviour are seen as an allegory by cultures which do not share an indigenous world view; for us this “feeling” of the Earth is life as expressed in our material and spiritual environment.
For indigenous women, this recognition is even more evident insofar as we are bearers of life who cultivate and nurture it; hence the symbolic connection between the fruits of the Earth and the fruits of our wombs.
This is why climate change deeply affects indigenous peoples and indigenous women in particular. Based on this evidence, we indigenous women are advocating for climate policies and fighting for a holistic understanding of the nature of the problem: whatever we do on Earth will carry forth to the heavens.
Climate change calls for humanity to take responsibility for the profound changes happening on Earth. Disruptions in climate cycles are the result of an overpowering modernization that has not considered anyone’s rights: not the rights of the Earth, or the beings that inhabit it, or human beings, much less women’s rights.
Indigenous women’s efforts stem from an immediate problem: inability to accurately interpret climate signals leads to shortage of food and scarcity of water, all of which is becoming a heavy daily burden. Long days are spent fetching water and watching our crops shrivel up.
Given these experiences and urgent needs, our climate policy proposals are centered on recognizing who is responsible and on promoting participation of those affected by it. Hence the need for greater participation of indigenous women in the design and management of initiatives to mitigate and adapt to the effects of climate change.
Our participation as indigenous women comes from our daily lives and ancestral evidence: we are socially, economically, and culturally holding together our peoples, which is why we must be involved in any and all initiatives. Likewise, no climate change initiative can exclude indigenous peoples since our territories are home to the ecosystems which maintain the precarious balance of our planet. What would happen if indigenous peoples modified our agricultural systems?
However, this transformation has not come from within. Rather, it has been imposed from the outside through extractive industries, which have disrupted our lives and brought about changes which are in line with technology but out of step with the life of our societies.
How can we understand indigenous women’s participation? We see it as a fight for life, for the life of our peoples. So, if we were to sum up our contributions to climate policy, we would focus on two proposals: the need for participation of all who are implicated and the recognition of indigenous contributions in the responsible management of nature.
This “responsible management” doesn’t come from a social policy, but rather an ancestral practice of only taking what one needs to live. Seen from the perspective of technology, this might not make sense. How can progress happen without technological development? This is the dilemma facing humanity, as societies defending their piece of the pie within international policies are loathe to renounce technology and thus are turning their backs on life, with unbreathable air, gloomy cities, and rivers where life cannot be sustained for hundreds of years.
As indigenous women, we have laid bridges in all directions: within the indigenous movement toward a shared and responsible exercise of power; with feminism to diversify the views of women; and with the international community, so society is not assumed to be a passive entity.
The road is long and the interests at play exceed our capacities to subdue them. However, from our communities we indigenous women have been assuming the responsibility of maintaining our culture, monitoring industrial development, and pointing out their responsibilities. Our objective is to strengthen our living and productive systems and to share our vision of an interconnected world, like all societies had before attempting to conquer nature and pillage the cycle of life.
French Version (Translated by: Claire Mazuhelli)
LES FILLES DE LA TERRE POUR UN CLIMAT DE CHANGEMENTS
Tarcila Rivera Zea
Présidente de CHIRAPAQ Centre des cultures autochtones du Pérou
Experte indépendante du Forum permanent des Nations Unies sur les questions autochtones
La Terre est notre mère et le climat, l’expression de ses sentiments.
L’interdépendance entre ce qui arrive à la Terre et les conséquences sur le climat est de plus en plus évidente pour tout le monde. La relation de cause à effet est un postulat scientifique, mais également spirituel, et ce, d’autant plus pour les peuples autochtones.
Cette forte et étroite relation a enseigné aux peuples autochtones qu’il est de notre ultime responsabilité de soigner notre Terre mère. Sa personnification et son comportement sont perçus par les cultures peu familières de la cosmovision autochtone comme une allégorie; mais pour nous, « ressentir » la Terre, c’est percevoir la vie qui s’exprime dans notre environnement, tant matériel que spirituel.
Femmes autochtones, nous reconnaissons cela de manière plus évidente puisque nous donnons la vie, la cultivons et l’élevons, d’où la correspondance symbolique entre les fruits de la Terre et les fruits de nos ventres.
C’est dans ce sens que le changement climatique nous affecte si profondément, nous, peuples autochtones, et femmes autochtones en particulier. C’est à partir de cette évidence que nous, femmes autochtones, plaidons au niveau des politiques en faveur du climat et luttons pour la reconnaissance de la nature holistique du problème : ce que nous faisons à la Terre se répercutera également dans les cieux.
Le changement climatique exige que l’humanité assume la responsabilité des profondes transformations qu’elle a infligées à la Terre. Les perturbations des cycles climatiques sont le résultat d’une modernisation poussée, qui n’a pris en compte les droits de quiconque : ni ceux de la Terre, ni des êtres qui l’habitent, ni des êtres humains, et encore moins ceux des femmes.
Les efforts des femmes autochtones sont mus par un problème immédiat : l’incapacité d’interpréter les signaux climatiques entraîne le manque d’aliments et la rareté de l’eau. Tout cela se transforme en un fardeau quotidien se traduisant en de longues journées nécessaires à s’approvisionner en eau et la transformation de nos cultures en maigres récoltes.
À partir de ces expériences et de ces urgences, les propositions que nous faisons en termes de politiques pour le climat sont centrées sur la reconnaissance des responsabilités et la participation des personnes concernées, dont la participation accrue des femmes autochtones dans la conception et la gestion des initiatives visant à atténuer et à s’adapter aux effets du changement climatique.
Notre participation, en tant que femmes autochtones, s’appuie sur notre expérience quotidienne et sur des preuves ancestrales : nous sommes celles qui articulent les éléments sociaux, économiques et culturels au sein de nos peuples, et c’est pour cette raison que toute initiative nécessite que nous en soyons partie prenante. De même, toute initiative relative au changement climatique ne peut faire abstraction des peuples autochtones, puisque les écosystèmes qui maintiennent encore le fragile équilibre de notre planète se trouvent sur nos territoires. Que se passerait-il si nous, peuples autochtones, venions à modifier nos systèmes agricoles ?
Cette transformation vient cependant de l’extérieur, et non de l’intérieur, par l’intermédiaire des industries extractives qui perturbent nos vies et apportent des changements de nature technologique, qui ne sont pas en harmonie avec la vie dans nos sociétés.
Comment définir la participation des femmes autochtones ? Nous la concevons comme une lutte pour la vie, pour la vie de nos peuples. En ce sens, pour résumer nos contributions aux politiques sur le climat, nous nous concentrerions sur deux propositions principales : la nécessaire participation de toutes les personnes impliquées et la reconnaissance des contributions autochtones dans la gestion responsable de la nature.
Cette « gestion responsable » ne provient pas d’une politique sociale, mais bien de la pratique ancestrale de ne prendre que ce qui est nécessaire pour vivre. À la lumière de la technologie, cela pourrait sembler être un non-sens : comment parvenir au progrès sans développement technologique ? C’est ce dilemme auquel fait face l’humanité, alors que les sociétés à la recherche de leur part de pouvoir au sein des politiques internationales ne renoncent pas à la technologie et tournent le dos à la vie avec leurs atmosphères irrespirables, leurs villes lugubres et leurs rivières dans lesquelles il n’y aura plus de vie pendant des centaines d’années.
En tant que femmes autochtones, nous avons érigé des ponts dans toutes les directions : au sein du mouvement autochtone afin d’exercer un pouvoir partagé et responsable, avec le féminisme afin de diversifier les points de vue des femmes, et jusque dans la communauté internationale de manière à ce que la société ne soit pas perçue comme une entité passive.
La route est longue et les intérêts en jeu dépassent notre capacité à les maîtriser. Mais, dans nos localités, nous, femmes autochtones, assumons la responsabilité du maintien de notre culture, de la surveillance des avancées des industries et du rappel de leurs responsabilités. Notre objectif est de renforcer nos systèmes de vie et de production et de partager notre vision d’un monde interdépendant comme le firent toutes les sociétés avant de commencer leur marche vers la conquête de la nature et le pillage du cycle de la vie.